Viernes, 18 de enero de 2013
VÍSTASE, SEÑORA
Alejandro Cañestro
Aún
a día de hoy existen muchas dudas sobre temas del pasado y los diseñadores y
especialistas en indumentaria todavía se preguntan cómo diantres pudo hacer
Mariano Fortuny algo tan prodigioso como la túnica Delphos. En efecto, para
esta genial creación, que marcaba las curvas femeninas y acentuaba la
sensualidad de la mujer con sus finos pliegues, Fortuny –hijo del pintor
Mariano Fortuny y nieto del también artista Federico de Madrazo– ideó una
máquina especial que pudiera hacer el tan enigmático plisado. El modista
–modista porque hacía moda, no porque la cosía– se dejó seducir por la
antigüedad griega y romana a raíz de unos viajes, pues no en vano esa túnica
Delphos no es más que una extrapolación veinte siglos después de una palla
romana o un peplo helenístico, es decir, túnicas largas hasta los pies
confeccionadas con telas ligeras de pliegues casi imperceptibles.
Fortuny
en 1907 con este vestido rompe moldes y encabeza la vanguardia del diseño de
moda, pues hasta ese momento las mujeres habían ido ceñidas, encorsetadas, con
miriñaques que abombaban sus curvas. Se propone ahora una prenda que haga a la
mujer más femenina, con pequeños detalles como un cinturón de raso a la altura
de la cintura y no de la cadera o cintas
bordadas de cristales de Murano que servían para acortar o alargar las mangas
si se tiraba de ellas.
Fortuny
se llevó el secreto a la tumba e incluso cuenta la leyenda que, una vez muerto,
su esposa Henriette vertió los tintes que empleó su marido a los canales de
Venecia para que nadie pudiera plagiar tan innovadora invención. Puede decirse,
por tanto, que la túnica Delphos nació y murió con Fortuny, pues ninguna
investigación ha conseguido dar con el proceso aunque se ha insinuado que la
clave podría estar en la clara del huevo, que podría endurecer la tela una vez
mojada. Con todo, nadie lo ha conseguido imitar. He ahí el prodigio.
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